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lunes, 10 de marzo de 2008

Una Juventud sin Valors: un riesgo para la sociedad



Javier Sánchez Mendías, Psicopedagogo

En los últimos años nuestro contexto sociocultural ha experimentado cambios significativos debidos, en gran medida, al progreso tecnológico, a las nuevas formas de producción industrial y de consumo, a la incorporación definitiva de la mujer al mercado laboral, a la creciente inmigración y al fenómeno de la globalización. Estos factores han configurado un entramado social sin precedentes dentro del cual surgen novedosos planteamientos.

La juventud ostenta un papel protagonista dentro de la sociedad española ya que representa, aproximadamente, una cuarta parte de la población total existente que ya supera los 43 millones. Por ello, surge la necesidad de plantearse, tanto desde la enseñanza obligatoria como desde el núcleo familiar, si la formación en valores que se ha ofrecido a nuestros jóvenes ha sido la más apropiada para promover la adquisición de aquellos referentes que determinen una conducta individual y social adecuada que permita al sujeto formar parte de una sociedad justa y respetuosa.

El concepto de juventud contiene una gran carga de subjetivismo dado que ofrece una amplia gama de perspectivas conceptuales. La definición más empleada es la que otorga la condición de joven a aquellos sujetos cuya edad biológica se sitúa entre los 15 y los 29 años. Así pues, el tránsito de la niñez a la adultez, se ubica en este umbral temporal que incluye un amplio conjunto de cambios psicológicos, sociales y físicos, así como la aparición de nuevos problemas a resolver. Algunos de los más significativos son los siguientes:

La adopción de un papel dentro de la sociedad.
La ruptura del modelo de identificación familiar y la búsqueda de nuevos paradigmas de referencia.
Las relaciones de amistad entre iguales.
La incorporación a una sociedad de adultos.
La construcción del autoconcepto.
La inestabilidad.
La dependencia económica.
La incorporación al mercado laboral.
La emancipación. Si observamos los datos reflejados en el Sondeo sobre la Juventud Española, publicado por el Centro de Investigaciones Sociológicas en el año 2003, vemos que los rasgos de autodefinición establecidos por la población encuestada (jóvenes de edades comprendidas entre los 15 y los 29 años) se distribuyen con los siguientes datos porcentuales:


Cínicos 45.9
Sinceros 45.8
NS/NC 8.2
Inmaduros 63.6
Maduros 28.1
NS/NC 8.2
Egoístas 57.7
Generosos 35.5
NS/NC 14.0
Dogmáticos 27.0
Tolerantes 60.9
NS/NC 12.1
Dependientes 68.4
Autónomos 26.0
NS/NC 11.0
Indiferentes 58.8
Comprometidos 33.7
NS/NC 7.5
Insolidarios 27.3
Solidarios 65.9
NS/NC 6.8
Contestatarios 48.9
Conformistas 42.8
NS/NC 8.3


Analizando estos datos, no es de extrañar que, desde el ámbito educativo y familiar, se venga manifestando la existencia de una realidad fehaciente “la crisis de valores” presente en nuestros jóvenes. Los padres, tradicionalmente, han sido el principal referente en la transmisión de valores. De esta manera, asumían la enseñanza de las normas psicológicas que marcan la actitud personal y social de sus hijos. Mientras tanto, desde el sistema educativo se complementaba este aprendizaje desde su contexto social primario ofreciendo los refuerzos necesarios para afianzar la labor familiar.Sin embargo, la situación actual se ha modificado notablemente ya que:

El padre y la madre trabajan fuera de casa.
Entre padres e hijos existe una carencia de comunicación.
Existe una menor implicación educativa por parte de los padres.
La transmisión de valores recae íntegramente en los centros educativos y en sus profesionales.
Los medios de comunicación ofrecen una influencia negativa.
Existe una acentuada tendencia hacia el individualismo.

Todos estos factores propician que la tenencia de valores, por parte de la juventud, sea insuficiente e inadecuada. El problema no es de los jóvenes, que no son más que el resultado de una formación ética y moral paupérrima, sino de la falta de compromiso por parte de las familias que priorizan otras actividades a la transmisión de valores y del fracaso de las políticas educativas aplicadas en este campo.

Es de todos conocido que existen numerosas barreras que dificultan la observación de comportamientos que denoten sinceridad, honestidad, respeto, bondad, igualdad, generosidad, compromiso…

Estas barreras vienen determinadas por una sociedad caracterizada por una fuerte competitividad, por la necesidad de rentabilidad y por una clara primacía de las tendencias individualistas sobre las colectivas, provocando irremisiblemente la búsqueda del bienestar personal y, por consiguiente, el abandono de la dignidad del sujeto como modelo social.

De esta manera, es preciso que se establezca un compromiso dual que integre a la familia y a los docentes en un marco educativo de calidad, promovido por los responsables de diseñar las políticas educativas, que propicie el desarrollo social y moral de los individuos desde edades muy tempranas, de modo que los canales que pretendan desvirtuar la labor educativa resulten inofensivos, promoviendo a una interferencia retroactiva que suponga un mecanismo de defensa eficaz ante las potenciales amenazas que persigan la descomposición de la tarea educativa realizada.

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