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miércoles, 9 de julio de 2008

violencia y crisis en la educacion

Violencia y crisis en la educación
Los episodios de violencia en las escuelas se reiteran. Lo que en un momento intentó presentarse como una anécdota o un hecho excepcional empieza a transformarse en algo cotidiano. En diferentes puntos del país y en establecimientos educativos de diversos niveles sociales, la violencia se manifiesta en sus versiones más crudas y descarnadas.
Por diversos caminos y en diferentes aspectos, la crisis educativa exhibe su rostro. A la deserción escolar, el deterioro de los programas educativos y la pérdida de autoridad de los docentes, se suman, ahora, como una consecuencia para muchos inevitable, estos hechos de violencia que en más de un caso se han transformado en episodios criminales.
De todos modos, cometeríamos un error si pretendemos circunscribir estos excesos al exclusivo ámbito escolar. Los estudios más actualizados en el tema señalan que la escuela es impotente si el escenario social está signado por la pobreza material y espiritual. Como muy bien lo dijera un funcionario de Educación: "La violencia no está en la escuela, está en la calle".
En su momento, Domingo Faustino Sarmiento consideraba que ninguna reforma educativa sería viable si no estaba acompañada por la sociedad y, en primer lugar, de la familia. Para el sanjuanino, la comunidad escolar era indispensable a la hora de pensar en educar a un soberano libre, responsable y con su autoestima íntegra.
Para el Primer Maestro Argentino, la comunidad escolar estaba integrada por los docentes y los niños, pero también los vecinos, las instituciones del barrio y, por supuesto los padres. Si este entramado social se deterioraba, la crisis es inevitable. Concretamente, para el autor de "Facundo", el desafío educativo tenía como centro a la escuela, pero para que ésta funcionase era necesario un entorno social adecuado.
Sin duda, la marginalidad y la pobreza contribuyen a deteriorar el tejido social. Si la pobreza va acompañada, y suele hacerlo, con la ruptura de los lazos familiares y la degradación de los valores, las consecuencias sociales son previsibles y calamitosas. Si los niños o los adolescentes no son contenidos por la familia o por el barrio, es demasiado iluso pretender que la escuela pueda hacer esta tarea.
Pero la violencia escolar existe no sólo en el mundo de la pobreza, también se manifiesta en los sectores sociales medios y altos. En estos casos, no es la miseria la responsable de estas inconductas sino la ausencia de valores. La permisividad de los padres y la impotencia de los maestros en un mundo en donde los paradigmas de la violencia suelen ponderarse, provoca resultados fáciles de prever.

La pérdida de autoridad de maestros y profesores se profundiza debido a legislaciones cuya intención parecería ser la de sancionar al docente. No se trata de retornar a los tiempos de los castigos corporales o la arbitrariedad despótica, pero admitamos que tampoco es posible el acto educativo con maestros cuya autoridad es cuestionada por los alumnos y sus padres.
Uno de los signos más representativos de esta crisis se expresa en las agresiones de las que suelen ser víctimas los maestros. Muy fuerte y consistente debe de haber sido nuestro sistema educativo diseñado a fines del siglo XIX como para que, a pesar de todo, aún siga funcionando.

http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2008/04/12/opinion/OPIN-01.html

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